miércoles, 20 de febrero de 2008

Don Perlimplín y los Gremblins

Una puesta en escena es la interpretación personal de un hombre llamado director que por diferentes causas se ve envestido del poder de crear un mundo alterno en escena. Este mundo aún así debe cumplir ciertos requisitos para que la obra funcione. ¿En qué momento funciona una obra? La respuesta la otorga el público. Desde el inicio del “Teatro” en Grecia, el concurso de los creadores de teatro (que en aquellos tiempos cumplían varias funciones además de las de un director) se veía sometido a la venia del público. Lope de Vega en su Arte Nuevo de Hacer Comedia establece que el rechazo al canon clásico no se debe al desconocimiento, sino a que el espectador pedía algo más.
Encontramos entonces serios problemas en la puesta en escena que el grupo Candilejas en el Desierto presentó de El Amor de Don Perlimplín con Belisa en su Jardín de Federico García Lorca: no existe conexión de la puesta en escena, simbólica o temática, con el público de la frontera, que de por sí ya se ha alejado de la experiencia dramática lo suficiente como para que el teatro sea en Juárez un espectáculo de élite.
Se podría pensar que el lenguaje poético de Lorca solo, salvaría la representación, pero debemos pensar que la obra fue escrita hace más de 60 años, en España, en el marco de una guerra civil, cuando las experiencias poéticas eran un acto individual único y moderno.
Fredric Jameson en El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado nos habla de las expresiones artísticas en la actualidad: “En los productos posmodernos más débiles, la encarnación estética de estos procesos (modernos) tiende a menudo a instalarse confortablemente en una simple representación temática del contenido…”, esta situación se encuentra en la puesta de Perlimplín, que para colmo de males, parece olvidar la sugerente segunda parte del título de la obra de Lorca “…Aleluya erótica en cuatro actos…”, sin llegar a un debate sobre lo que es erotismo en la actualidad la escena pierde la posibilidad erótica desde el vestuario de Belisa y los amantes, que para un público actual la vestimenta don juanesca resulta un recordatorio de las versiones cómicas que se presentan del Don Juan de Zorrilla (con masca brothers incluidos).
La incursión de los duendes resulta largísima, siendo que para la obra podría ser fundamental, sus diálogos y lo chillón de la voz de los autores pasa de una escena llena de simbolismo a un pastiche que podría bien recordar a un sketch de comedia de la televisión nacional (de horario estelar, eso sí).
El resultado negativo (que se refleja incluso en taquilla) sería la culpa de un director que se encuentra fuera del entorno de Ciudad Juárez o tal vez del público que todavía no puede desarrollar un sentido crítico para reprimir y exigir lo que espera del teatro.
Parece que la élite que asiste al teatro en nuestra ciudad debería ya, actuar como mosquetero y levantar la voz cuando una puesta en escena no cumple con las expectativas que busca.